02 febrero 2007

LA RANA Y EL OCÉANO

Había una vez una rana que vivía en una paradisíaca y salvaje isla plagada de árboles milenarios, plantas silvestres, y en cuyos parajes habitaban las más diversas y pintorescas especies. El silencio era tan ensordecedor que cualquier sonido procedente del interior se percibía con gran nitidez.

Cierto día, estando la rana disfrutando del inmenso regalo que le brindaba la naturaleza, escuchó el croar de otra rana procedente del interior de la isla. Siguió el origen del sonido y fue a parar a un pozo camuflado entre un matorral.

En el interior había una rana dando saltos de un sitio a otro, entre las paredes reducidas del pozo, croando y dando la impresión que disfrutaba de su restringida estancia.

Se animó a entrar en la estancia y no tardaron mucho tiempo en entablar amistad.

¿Qué haces aquí abajo con tanta oscuridad y dando saltos de una pared a otra, si en el exterior tienes todo un universo por descubrir, donde no estás limitado por paredes y teniendo por techo un inmenso cielo de estrellas, cada una tan brillante que parece que estás cubierta y protegida por un resplandeciente manto plateado?

Querida amiga nací aquí abajo, mis antepasados nacieron aquí abajo y este es mi universo. Y los más ancianos del lugar hablan de esta cueva, como si no hubiera nada más. Existen grandes incunables o grandes libros que hablan de un más allá, de otro lugar, pero que tienes acceso a ese mundo cuando te mueres.

La rana del exterior abrazó con ternura a su amiga y con delicadeza y suavidad le dijo: Quieres venir conmigo ahora mismo que te mostraré ese lugar que existe verdaderamente, y del cual hablan los grandes libros que tienes aquí abajo. ¿Pero si toda la vida hemos hecho esto? Exclamó. ¡Todas las ranas de esta cueva siempre han dicho que no existe ese lugar!

La cogió de la mano y tiró de ella hacia el exterior.

Cuando llegaron a la superficie del terreno y divisaron el océano, un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la rana incrédula y rompió a llorar totalmente afligida, desconsolada y rindiéndose a la evidencia. No tenía palabras para expresar lo que sus ojos estaban avistando, oteando y percibiendo.

Toda su cultura milenaria, todos los ríos de tinta que se habían empleado en cantar las glorias de ese mundo inalcanzable por los mortales, había sido borrado de su mente con la sola experiencia de ver, sentir, oler, respirar el mar. La inmensidad entrando por sus poros y abrazándola. Cada célula de su diminuto cuerpo empapándose de la brisa marina. Todos los dioses del mar habían concurrido para darle la bienvenida. ¡Dios, qué experiencia!

¡Cuánto agradecimiento a su amiga por haberle mostrado el tesoro oculto! ¡Cuánto tiempo engañado! ¡Cuánta confusión generada por unos y otros! ¡Cuánto engaño por seguir a los líderes elegidos por los más ancianos! ¡Cuánta manipulación de masas con engañosos anuncios en cada rincón de la cueva!

Las dos amigas, estuvieron varios días sentadas de cara al océano, en silencio, mirando, amando, y respirando el océano.

F.G.

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