14 febrero 2007

El propósito humano

Si alguien te dijera: "Estás despedido", ¿cuál sería la reacción humana más habitual? Desesperación, sufrimiento, ira, rechazo y la incertidumbre de pensar: “¡Dios mío, qué va a ser de mí!”. Pues bien, retrocedamos un poco. Veamos esa misma situación desde una perspectiva totalmente distinta. Existe este planeta Tierra y durante millones y millones de años luz no ha habido nada parecido en el universo. Nada. Es precioso, una maravilla. Y el hecho de sustentar la vida lo hace realmente increíble. Eso distingue a la Tierra de otros planetas. La Luna es bonita, como también lo es Marte, pero no sustenta la vida. El sol, pese a su resplandor, tampoco. En esta tierra sí que está ocurriendo la magia de la vida. Y no una sola forma de vida, sino muchas, muchísimas, desde diminutas criaturas de tamaño microscópico hasta enormes ballenas. Y, tanto la bacteria más minúscula como la mayor de las ballenas, están sometidas a una misma ley: son seres creados o generados, es decir, nacen y un día deben morir.

La vida continúa pero, como bien sabemos, no hay un solo ser que viva eternamente. Aunque la especie perdure, los individuos de esa especie no. Y han ocurrido muchas cosas en este planeta Tierra. En otros tiempos estaba habitado por enormes dinosaurios monstruosos ahora extintos y que según la teoría del evolucionismo, dominaron la Tierra en su día. Luego llegaron los seres humanos que, supuestamente, vivían en los árboles y cuyo hábitat no les favorecía, y se mudaron a cuevas donde pudieron alcanzar logros importantes. Allí desarrollaron el arte de hacer fuego, lo que les permitió calentarse y cocinar los alimentos. Más tarde, numerosos individuos de esta especie empezaron a trasladarse de un sitio a otro en busca de mejores lugares. La última gran migración fue desde Asia hasta las Américas. El ser humano fue realizando largos viajes y, entre tanto, fue aprendiendo a labrar la tierra y a mejorar constantemente. Desde entonces hasta nuestros días, la fuerza motriz que ha impulsado a esta especie ha sido el afán de mejorar. Este fuego, este fervor, esta pasión por la superación es tan fuerte que está produciendo verdaderas transformaciones en la raza humana.

Por encima de lo cotidiano

Entonces ocurrió algo asombroso. De pronto, este afán de superación se aceleró considerablemente. Una vez establecido el orden social, la gente empezó a vivir en poblaciones, creando ciudades y países. Al cabo de un tiempo, llegó la industria con todos sus inventos e innovaciones. ¿Por qué cuento esto? Aún no he llegado a esa persona que ha sido despedida, pero ya falta poco. Por cierto, que sigue despedida y con sus problemas, pero, como digo, enseguida llegamos. Así que, el ser humano pronto se dio cuenta de que no quería llevar una vida sin sentido. Y es que ningún ser existe porque sí. Tiene que desempeñar una función. De lo contrario, la naturaleza te elimina: "Arriverderci. Ciao. Se acabó. Adiós." Pero si cumples una función, te deja existir. Y ahora, con tanta tecnología, ¡deas, ideologías, comunicación, idiomas y demás, el ser humano ha llegado a tal nivel de evolución que le es posible realizar tareas cotidianas como trabajar o ir de compras, y alcanzar, además, una mayor comprensión de este hermosísimo regalo de la vida. Parece como si, hasta ahora, hubiéramos estado jugando una partida de cartas que resulta imposible de ganar mientras falten aquéllas que son esenciales. ¿Cómo vas a ganar al solitario sin ases? La baraja tiene que estar completa. ¿Por qué actualmente está tan triste el ser humano si esta vida maravillosa proporciona una alegría inmensa a cada uno de nosotros en este mundo? Volvemos ahora a la persona del ejemplo. Ha sido despedida y no está muy contenta que digamos. Ha sido rechazada, lo cual ha herido sus sentimientos. ¿Quién le ha rechazado? Alguien que le dijo: "Estás despedido". ¿Acaso la ha rechazado la vida? No. Entonces, ¿qué debería hacer? Si se mira con objetividad se vuelve evidente. Debería hacer lo que mejor sabe hacer, y ¿qué es lo que mejor se le da al ser humano? En resumidas cuentas, lo que siempre hemos hecho bien desde la infancia es disfrutar, una cualidad que nunca hemos perdido. Así que, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué nos dedicamos a hacer todo eso que, en realidad, no se nos da muy bien? A mí me parece que falta una carta.

Alguien tiene otra carta sin la cual nunca cobrará vida el juego del solitario. Es imposible. Para mí, es así de simple. No hacen falta grandes dogmas, ni doctrinas, ni discursos para demostrar que siempre has sido muy bueno en disfrutar. Dentro de ti hay algo que sigue siendo tan puro hoy como cuando eras un bebé recién nacido. Todos tenemos en nuestro interior algo que nunca envejecerá. No puede envejecer, porque es lo único en nosotros que es inmortal. Sé que el ser humano tiene una gran pasión por la inmortalidad, pero ¿entiendes que dentro de este cascarón exista algo verdaderamente inmortal?

La máxima prioridad

¿Puedes reconocer y comprender que es totalmente posible sentirse pleno? Al igual que la abeja alcanza su plenitud en su trabajo; y la hormiga, en su cotidiana actividad; y el río, al fundirse de nuevo con el océano; y el sol, al brillar en el cielo; y la nube, al purificar el agua y devolverla a la Tierra, también existe en tu interior la necesidad de alcanzar la plenitud.

Esa es la máxima prioridad en nuestra vida y, como no se está alcanzando, esa persona que ha sido despedida se siente terriblemente mal. Porque, si estuviera atendiendo a su máxima prioridad, estaría quizás un tanto preocupada, pero no decepcionada. La desilusión va contra la naturaleza misma de la existencia. Si la naturaleza hubiera seleccionado la desilusión, esa especie habría desaparecido hace tiempo. En realidad, nunca sale nada mal en esta vida. Lo que sale mal es lo que hacemos. A tu corazón no le importan tus logros, sino que te sientas satisfecho. Eso es lo único que quiere. Y, para mí, es así de sencillo, ni más ni menos. De eso estoy hablando, de esa posibilidad que está abierta para todos. Si quieres, aquí está. Siendo algo muy pequeño, se convierte en algo grande, y continúa creciendo cuando escuchas a tu corazón y atiendes a su máxima prioridad.

Cuando tienes ese sentimiento de plenitud en el corazón, el que disfruta eres tú. Yo no tengo nada que ganar. De mi propia plenitud me beneficio yo; y tú, de la tuya. Aquéllos que la experimentan, que aprovechan esa posibilidad, se la toman en serio. Aunque tengan otras cosas que hacer, esta prioridad es la más importante. Si toda la historia que acabo de contar tiene algo de cierto, que lo tiene, y si has podido entender algo, y espero que sí, este precioso regalo llamado el Conocimiento no es para guardarlo en un bolsillo. Y tiene un significado más importante. Y a aquéllos que estén interesados en recibir este regalo les digo: deja que surja un sentimiento de anhelo por él, ese anhelo que constituirá la base de tu compromiso con él en esta vida.

La felicidad es o bien un estado, o bien una consecuencia. Si es una consecuencia, es decir, si para ser feliz tienes que hacer ciertas cosas, o no has encontrado la fórmula, o no existe tal fórmula, o las fórmulas que tienes no funcionan. Pero si la felicidad es un estado -y a mí no me cabe ninguna duda de que lo es- entonces tenemos que estudiar detenidamente todo lo demás. No estoy criticando todo lo que hacemos y tenemos, no digo que no lo necesitemos... a mí, por ejemplo, me encanta la tecnología. Pero sé distinguir entre un aparato de vídeo complejo y lo que necesita mi corazón. Sé que mi corazón es sencillo. Así que sigue indagando cómo disfrutar del sentimiento que existe en tu interior, de ese regalo que todos poseemos. Te animo a hacerlo porque tu corazón lo desea, no por otro motivo. No me hagas caso a mí. Escucha a tu corazón y verás que te está diciendo lo mismo que yo.
Conferencia de Maharaji en Milán, 18 de julio de 1990. Fragmentos traducidos del inglés.

02 febrero 2007

EL OBELISCO INTERIOR

Érase una vez en un lejano pueblo del Nepal, a los pies de la cordillera del Himalaya, que entre sus habitantes corría la voz de que en la cima de la montaña más cerca habitaba un ermitaño que daba cobijo en su caverna a un genio que concedía todos los deseos.

Muchos aldeanos emprendieron su peregrinación hacia la montaña, abrigando unas esperanzas que no tardaron en desvanecerse. Todos y cada uno iban regresando ladera abajo totalmente desilusionados y descontentos después de haber alimentado tantas expectativas.

En la aldea vivía un humilde campesino que al enterarse de la noticia, se animó a visitar al ermitaño. Dispuso su talego y cayado y emprendió la ascensión a la montaña pensando en lo que le pediría al genio.

Cuando llegó a la cabaña del eremita, exhausto y abatido tras el largo viaje, suplicó un poco de agua al venerable anciano y tras un breve descanso le dijo:

- Honorable señor, ha llegado a mis oídos que dais cobijo a un genio que concede todos los deseos. ¡Es cierto!
- Así es, pero si quieres contar con sus servicios, debes saber que has de tenerlo siempre ocupado. Si no es así, te destruirá.
- ¡Pero señor! Soy un pobre y humilde campesino que no poseo nada y mi vida está plena de miserias y desgracias. Si pudieras cedérmelo por algún tiempo, te estaría profundamente agradecido, y no sabría cómo pagártelo.
- De acuerdo, -contestó el anacoreta-. Pero no olvides lo que te he dicho. Tenlo siempre ocupado.

El humilde campesino emprendió el camino de regreso por la ladera de la montaña llevándose al genio con él. Al instante comenzó el genio a pedirle que le diera algo para hacer. El campesino ante la insistencia, le dijo que le proporcionara un asno para así hacerle el viaje más placentero; y ambos subieron a lomos del animal.

Acto seguido prosiguió el genio: dame algo para hacer o te destruiré.

Así que el campesino le dijo que le construyera un castillo y que le proporcionara una joven y bella consorte para hacerle la vida más feliz. Sus deseos fueron complacidos al instante. Seguidamente el genio continuaba en su empeño de destruir al campesino que se llenaba de posesiones; mas no podía disfrutar de todo lo que iba acumulando en su vida.

Así que iba pasando el tiempo y se daba cuenta que era más infeliz que antaño, al no poder disfrutar de nada por temor a ser destruido; por lo que una mañana se levantó temprano y fue a visitar al ermitaño. Le explicó lo desgraciado que era y le suplicó que le diera una solución a su problema.

El solitario anciano, compadeciéndose del campesino le dijo: construye un obelisco en el patio del castillo que posees y cuando el genio haya terminado de concederte algún deseo, dile que suba y baje por el obelisco hasta que le avises.

Así que cuando el genio no estaba atareado en conseguir los deseos de su nuevo dueño, sabía que debía subir y bajar por el obelisco hasta una nueva petición.

Adaptación de este cuento que escuché en una de las conferencias que dio Maharaji, hace muchos años. He tenido que escudriñar en mi memoria para reflotarlo, comprendiendo la profundidad y el trasfondo del mismo.

F.G.

LA RANA Y EL OCÉANO

Había una vez una rana que vivía en una paradisíaca y salvaje isla plagada de árboles milenarios, plantas silvestres, y en cuyos parajes habitaban las más diversas y pintorescas especies. El silencio era tan ensordecedor que cualquier sonido procedente del interior se percibía con gran nitidez.

Cierto día, estando la rana disfrutando del inmenso regalo que le brindaba la naturaleza, escuchó el croar de otra rana procedente del interior de la isla. Siguió el origen del sonido y fue a parar a un pozo camuflado entre un matorral.

En el interior había una rana dando saltos de un sitio a otro, entre las paredes reducidas del pozo, croando y dando la impresión que disfrutaba de su restringida estancia.

Se animó a entrar en la estancia y no tardaron mucho tiempo en entablar amistad.

¿Qué haces aquí abajo con tanta oscuridad y dando saltos de una pared a otra, si en el exterior tienes todo un universo por descubrir, donde no estás limitado por paredes y teniendo por techo un inmenso cielo de estrellas, cada una tan brillante que parece que estás cubierta y protegida por un resplandeciente manto plateado?

Querida amiga nací aquí abajo, mis antepasados nacieron aquí abajo y este es mi universo. Y los más ancianos del lugar hablan de esta cueva, como si no hubiera nada más. Existen grandes incunables o grandes libros que hablan de un más allá, de otro lugar, pero que tienes acceso a ese mundo cuando te mueres.

La rana del exterior abrazó con ternura a su amiga y con delicadeza y suavidad le dijo: Quieres venir conmigo ahora mismo que te mostraré ese lugar que existe verdaderamente, y del cual hablan los grandes libros que tienes aquí abajo. ¿Pero si toda la vida hemos hecho esto? Exclamó. ¡Todas las ranas de esta cueva siempre han dicho que no existe ese lugar!

La cogió de la mano y tiró de ella hacia el exterior.

Cuando llegaron a la superficie del terreno y divisaron el océano, un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la rana incrédula y rompió a llorar totalmente afligida, desconsolada y rindiéndose a la evidencia. No tenía palabras para expresar lo que sus ojos estaban avistando, oteando y percibiendo.

Toda su cultura milenaria, todos los ríos de tinta que se habían empleado en cantar las glorias de ese mundo inalcanzable por los mortales, había sido borrado de su mente con la sola experiencia de ver, sentir, oler, respirar el mar. La inmensidad entrando por sus poros y abrazándola. Cada célula de su diminuto cuerpo empapándose de la brisa marina. Todos los dioses del mar habían concurrido para darle la bienvenida. ¡Dios, qué experiencia!

¡Cuánto agradecimiento a su amiga por haberle mostrado el tesoro oculto! ¡Cuánto tiempo engañado! ¡Cuánta confusión generada por unos y otros! ¡Cuánto engaño por seguir a los líderes elegidos por los más ancianos! ¡Cuánta manipulación de masas con engañosos anuncios en cada rincón de la cueva!

Las dos amigas, estuvieron varios días sentadas de cara al océano, en silencio, mirando, amando, y respirando el océano.

F.G.